A los puertorriqueños nos resulta muy difícil dejar nuestra isla. Nos atan tradiciones, costumbres, familia, y el convencimiento de que no hay un lugar en el mundo como nuestra bella isla del Encanto. Y, sin embargo, históricamente nuestros padres y abuelos no han dudado en cargarse de valor para buscar para los suyos un futuro mejor. Los últimos años han sido particularmente duros para las familias puertorriqueñas, y si la ya de por si precaria situación económica de los últimos años no fuera suficiente, la naturaleza parece haberse ensañado con nosotros.

Es suficiente remontarse a hace solo unos años, cuando el huracán María dejó tras de si una isla destrozada y a miles de personas sin empleo. Y poco después el golpe maestro del terremoto que sacudió nuestros cimientos, humanos y materiales, el 7 de enero de 2020.

Las palabras “allá afuera” que nunca han dejado en realidad de oírse en las casas boricuas, pasaron a ser casi un decir constantemente repetido: irse allá afuera, buscarse la vida, esto no da pa’ mas….

El desempleo se disparó y sigue disparado de una forma alarmante y la fuerza laboral puertorriqueña ha comenzado de nuevo a mirar de frente en busca de soluciones.

No hay miedo ni desesperanza en el joven, la joven, adulto o adulta que deja la isla en busca de un futuro mejor. Lo que hay es ilusión por “tirar pa’ lante”, ganas de dar a los suyos un porvenir mejor, de ahorrar, de ofrecerse a si mismo la oportunidad de un trabajo que le haga crecer en todos los sentidos. Ganas de aprender, de dar lo mejor de si mismos y saber que las oportunidades, si las alcanzas al vuelo, van a venir llenas de cosas buenas.

Estamos listos para progresar.